Una de ellos me ha preguntado mi opinión (supongo que singularmente como católico y en general desde un punto de vista crítico) sobre la llamada infalibilidad del Papa.
Intentaré, con cierta osadía, adentrarme en un tema delicado y polémico y procurar algo de luz.
Uno de los resultados del Concilio Vaticano I fue la constitución dogmática Pastor Aeternus (1870) referida a la cuestión de la Iglesia de Cristo.
Decir antes que nada, de modo general, que el fenómeno cristiano en palabras del profesor Ratzinger no parte del individuo aislado, sino de la convicción de que no existe el individuo puro....(ya que procede de otros desde su misma concepción).... (ya que)...todo el hombre está profundamente marcado por su pertenencia a toda la humanidad.....El hombre es ..un ser que sólo puede existir si procede de otro.
Esta perspectiva conlleva observar como el mismo lenguaje humano es una consecuencia de la vida social; en definitiva, un don del grupo al individuo. Y a través del lenguaje llegamos a la vida espiritual que es otro don del grupo al ser humano; aquí es donde entra la Iglesia como un parte de este entramado colectivo histórico (de la historia de la humanidad).
Precisamente cuando se utiliza la expresión ser cristiano; si bien es verdad que en un primer momento evoca al individuo, su acepción principal es social. Y la contradicción es aparente; ya que el carisma (este don) va al individuo pero inserto en la historia, apelando a la transformación de la sociedad ( a la renovación de la historia). No se trata de una salvación en solitario desconectada de los demás.
Los brazos extendidos del Salvador en la Cruz pretenden abarcar a la Humanidad entera; que es una, sin distinciones de ninguna clase. Este gesto ha pasado a la liturgia aunque no siempre se sea consciente de su significado.Estos brazos extendidos del Crucificado son el símbolo del logos cristiano: pasar de ser para sí mismo, a ser para los demás. Dejar uno de girar entorno a sí mismo. La fe (seguir a la Cruz) no es una devoción privada; es existir para los otros. Lo mismo que el pueblo de Israel sale (éxodo) de Egipto; uno tiene que salir de uno mismo (otro éxodo).
Existen muy fundadas y amargas críticas del papel de la Iglesia en la historia (Lutero); esta rebelión tiene una parte de justicia. Pero quiero apuntar que la Iglesia es para los católicos el puente entre Dios y los hombres; como el mismo Jesús fue puente; y por eso se sentó en la mesa de los pecadores, queriéndolos atraer para salvarlos. Se mezcló con ellos.
La Iglesia al asumir este papel de puente (precisamente en la expresión Pontífice se evoca al hacedor de un puente) vive entre nosotros; vive entre el pecado y la santidad. En el credo se le denomina santa, pero hay que advertir que esto no significa que necesariamente sus miembros sean santos; pues esto supondría otorgarles una condición superior a su propio estado de hombres también llamados a salvarse. También en el credo apostólico se le denomina como católica evocando lo que es la unidad; que no necesariamente hay que concretar en la sede romana; porque la unidad es sobretodo en la palabra y en los sacramentos.
Hecho este exordio sobre el carácter social del cristianismo, paso ya directamente a intentar comentar la doxa sobre la cuestión; apoyándome en la misma constitución referida y en los comentaristas católicos.
Primera cuestión: ¿Por qué tiene que haber un Primado Apostólico?
Institución de la primacía apostólica: Según los evangelios el mismo Jesús ante las palabras del apóstol Pedro referidas a él: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo», le contestó: «Bendito eres tú, Simón Bar-Jonás. Porque ni la carne ni la sangre te ha revelado esto, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo, tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que ates en la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra será desatado en el cielo» (Mt 16,16-19).
El canon señala como anatema contradecir esto. Es Pedro el Primado apostólico.
Segunda cuestión: Aun admitiendo la primacía del bienaventurado Pedro, ¿donde estaría fundada la primacía de sus sucesores?.
Se entiende que al ser el mismo Pedro el fundador de la Sede romana y al consagrarla con su propia sangre; son los sucesores en esta Sede, los propios sucesores de Pedro. Algo confirmado en tiempos bien tempranos de la historia del cristianismo ( en la sesión III del Concilio de Efeso del año 431).
Tercera cuestión: ¿Qué clase de potestad es ésta?.
Se nos dice que es una plena y suprema potestas de jurisdicción; superior tanto en materia de fe y costumbres, como en lo que atañe a la misma organización; pero quiero resaltar algo muy importante y que a veces pasa inadvertido; y es que en la misma constitución dogmática se cuida mucho de que esta potestad desacredite las jurisdicciones episcopales (de los obispos). Lo que sí se cuida de dejar claro es que los Concilios no están por encima del propio Pontífice.
Cuarta cuestión: ¿Pero cómo podemos asumir que el magisterio del Romano Pontífice es infalible?.
Otra vez es necesario citar: «Yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y cuando hayas regresado fortalece a tus hermanos» (Lc 22,32).
Por esto la doxa dice: El Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres. Por esto, dichas definiciones del Romano Pontífice son en sí mismas, y no por el consentimiento de la Iglesia, irreformables.
Sobre esta cuarta cuestión se erige una crítica fundamental: ¿Cómo, demostrados Papas viles, viciosos y pecadores pueden ser infalibles en su magisterio apostólico?.
Los comentaristas católicos ponen el ejemplo mismo del Sumo Sacerdote saduceo Caifás; quién conspiró para lograr la condena y muerte de Jesús. Este es, en la tradición cristiana, un grandísimo pecador y sin embargo sus palabras: “Ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación’.(Juan 11, 50-51) son interpretadas como el don de la profecía que no le fue retirado por Dios.
El mismo Jesús da poder a todos los apostóles; incluido a Judas Iscariote que lo traicionó.
El mismo Pio IX explicó así el dogma:
"Esta suprema autoridad del Romano Pontífice, Venerables hermanos, no tiraniza, sino que ayuda; no destruye, sino que edifica y muchísimas veces confirma en la dignidad, une en la caridad, y fortalece y defiende los derechos de sus hermanos, esto es, de los obispos. Por esto, los que juzgan en la emoción del momento, sepan que el Señor no se haya en la agitación de las pasiones...Así pues, Dios ilumine los entendimientos y los corazones; y puesto que Él solo es quien obra grandes maravillas, ilumine los entendimientos y los corazones, para que todos puedan acercarse al seno del Padre, del indigno Vicario de Jesucristo en la tierra, que a todos ama, a todos honra y desea vivamente ser una sola cosa con ellos..."
Pero el dogma del magisterio infalible ha de darse en su calidad de pastor y doctor hablando a toda la Iglesia, en uso de su autoridad y como sentencia última. Y en uso de su autoridad quiere decir en cuestiones religiosas (no en asuntos políticos, médicos, físicos, económicos o científicos). Que sea infalible no significa que sea impecable su persona; ya que como he apuntado más arriba, la infalibilidad proviene de la propia doctrina (don del Espíritu que desciende en Pentecostés sobre los apóstoles).