lunes, 3 de agosto de 2009

Tiempos de déficits. La ilusión del gasto. De como el gasto público prolongado afecta a la propia democracia.

"La democracia posee una natural proclividad a generar déficit por la sencilla razón de que los políticos, que tienden a complacer al electorado, consideran ventajoso aumentar el gasto público y, por el contrario, les resulta incómodo elevar los impuestos. La herencia de lord Keynes es la legitimación política de los déficit presupuestarios......¿Cuánto tiempo podrán tales regímenes soportar el incremento continuado del déficit?.....¿Es posible restaurar la disciplina fiscal antes de que se produzca un colapso total?. ¿Pueden las democracias someterse a una disciplina mediante la aceptación de restricciones constitucionales?". Sin embargo, "una democracia política, una vez comprometida en una sucesión de déficits financiados monetariamente motivados por el keynesianismo, puede verse incapaz de variar su rumbo".
Añadiría yo:no existe la plétora potencial que nos dicen los economistas marxistas, sino la ley de la escasez; por eso "una nación no puede sobrevivir con instituciones políticas que no se enfrentan al hecho esencial de la escasez". De esta guisa comienza la introducción de la edición española del librito "Déficit del sector público y Democracia" de James M.Buchanan y Richard E.Wagner publicado por Rialp, Madrid, en 1983 (la edición estadounidense es de 1977).
¿Qué es lo que forjó Keynes?. Pues el abandono de los prinicipios clásicos de responsabilidad fiscal (el que el Gobierno no debe gastar sin decretar impuestos). Lo prekeynesiano o clásico se basa en una analogía entre el Estado y la familia. Sería así la conducta financiera prudente la que debería informar la toma de decisiones (principio del equilibrio presupuestario; únicamente admitiéndose déficits en circunstancias extraordinarias (guerra, etc.). Los hacendistas clásicos aconsejaban incluso un presupuesto con un superávit moderado para posibles contingencias extraordinarias. Tal es así que la deuda pública era muy mal vista porque eso suponía hacer responsables del gasto de hoy no a los actuales contribuyentes, sino a los futuros (a quienes se traslada el coste). El servicio básico del principio clásico del equilibrio presupuestario es constreñir la tendencia al gasto; manteniéndolo dentro de los límites de renta generados por los propios impuestos. La labor de minado intelectual de Keynes estriba en haber dado un golpe de muerte a la cosmovisión de la hacienda pública clásica. De hecho rompe el apuntado anterior constreñimiento.
Toda financiación pública sabemos que puede tomar tres formas alternativas o simultáneas: a)impuestos, b) emisión de deuda y c)creación de dinero (emisión de papel moneda);tanto el endeudamiento como la creación o emisión de papel moneda propenden a la inflación, son dos formas sofisticadas (indirectamente) de extraer recursos; pues bien, la financiación impuestos-emisión de deuda pública se obscurece en el pensamiento keynesiano.
El pensamiento clásico, por contra, viene a resaltar esa idea: "la financiación por medio de impuestos coloca...la carga del pago sobre los miembros de la comunidad politica del período en que se toma la decisión de gasto.....La financiación por medio de deuda permite a quienes viven en el momento de la decisión fiscal trasladar el pago a aquellos que vivirán en períodos futuros...." (vemos como se produce una alteración en la secuencia temporal pago-gasto). Por eso se ha dicho con acierto que la quiebra de la constitución fiscal clásica (equilibrio presupuestario) está en la quiebra del nexo gasto-impuesto.
Y todo por una profecía incumplida: menos desempleo y menos inflación. El legado keynesiano es la supuesta legitimación intelectual de las opciones políticas que tienden al gasto, a la inflación y al crecimiento del sector público por medio del déficit. Y todo porque el marco keynesiano niega la mayor (el autoequilibrio del mercado). Nace así la macroeconomía. Se dota de un nuevo papel a ese Leviatán que llamamos Estado (la prosperidad económica de una nueva Jerusalen). Para tal objetivo arrasamos como una apisonadora los viejos principios: el equilibrio presupuestario. Porque al decir de estos nuevos profetas los Gobiernos no son como las familias; pueden mantenerse en el déficit ad infinitum.
Síntesis de la nueva política económica: "Si alguna de estas fuerzas o sucesos extraordinarios y exógenos (un colapso en el sistema bancario y monetario, una revaluación de la moneda que lleve al desequilibrio o una catástrofe física) generara una reducción de la demanda global de bienes y servicios en la economía, una reducción que ha modificado dramáticamente las expectativas, la producción y el empleo se reducirán posiblemente junto con los precios y salarios, aunque este último hecho pudiera esconderse detrás del primero. En este contexto, un programa explícito de expansión del gasto global de la economía mediante medidas fiscales..modificará las expectativas empresariales y logrará aumentar el volumen total relativo de gastos dentro de los costes totales de trabajo....Como resultado, la producción y el empleo experimentarán junto con un aumento en los precios, aunque esto último pudiera esconderse tras lo primero".
O sea:
- Crear déficit cuando la demanda global no llegue al pleno empleo.
- Provocar superávit cuando esta demanda global amenaza con superar los objetivos de pleno empleo; generando inflación.
De suerte que la política fiscal en esta hacienda funcional no deja de ser un instrumento de estabilización. La idea en boga es que el equilibrio presupuetario es consubstancial a la inestabilidad económica; por tanto hemos de utilizar el presupuesto como herramienta de estabilización. Y todo esto pese a que los aumentos de demanda global no pueden estimular permanentemente el empleo. No sirven las recetas keynesianas en el mundo moderno donde inflación y empleo van de la mano. Pero con todo el verdadero problema de esta teoría era y es el esquema institucional en el que se tuvo y se tiene que dar: la duras realidades de la política democrática. Digámoslo de manera ilustrativa: "los programas de gasto resultan populares; y los impuestos no los son" (este es el mundo institucional de las sociedades democráticas). La estructura institucional ejerce influencia sobre toda política económica. El marco institucional democrático genera en la práctica una prolongación de los déficits (los políticos no se atreven a ofrecer recortes de gastos por resultar impopulares). Las instituciones cuentan; hasta tal punto que ofrecen una percepción deformada de la realidad; de tal guisa que al elector se le traslada de manera deficiente la relación coste-beneficio de su propia elección.
¿Por qué pasa esto?. Es decir, porque el electorado apoya las políticas de gasto galopante; a los irresponsables fiscales causantes de inflación, déficit e intervencionismo?: "Una estructura de pagos compleja e indirecta crea una ilusión fiscal que producirá sistemáticamente mayores niveles de gasto público que los que se darían dentro de una estructura de pagos simple. Los presupuestos pueden ser relacionados directamente con la complejidad y tortuosidad de los sistemas impositivos. Los costes de los servicios públicos, según se perciben en general, serán más reducidos bajo una imposición indirecta que bajo una imposición directa. Y serán más reducidos bajo una multiplicidad de fuentes de gravamen que bajo un sistema que descanse básicamente en una sola fuente". Las instituciones fiscales pueden afectar las percepciones fiscales de las personas. Un ejemplo ofrecido por estos profesores. El de una tarjeta Visa. Mientras se utiliza da la sensación (ilusión) de que no cuesta adquirir bienes, pero al final (con el extracto o factura final) se ha de abordar el coste de tales ilusiones. Tal pasa con el endeudamiento: la sustitución de la financiación a través de impuestos por deuda pública tiene el efecto de reducir el precio percibido de los bienes y servicios públicos.
Superávits, déficits y democracia:
Lo que se ve en los superávits: Exigencia para los superávits: aumento de impuestos, rebaja de gastos o combinación de ambos.
Consecuencias: pérdida de renta disponible actual entre los ciudadanos. Sacrificio actual.
Lo que no se ve y requiere ser imaginado en los superávits: Evitación de una espiral inflacionista. Consecuencias: estabilidad de precios y de la economía; aumento general de renta disponible.
Lo que se ve en los déficits: Todos ganamos de forma inmediata. La ilusión de que los servicios públicos son más baratos que los privados. Reducimos los impuestos, aumentamos el gasto o combinamos ambos. Crecimiento del sector público.
Lo que no se ve y requiere ser percibido de forma creativa: Impacto inflacionario.
Buchanan y Wagner nos señalan: "El hombre prudente actúa sabiamente cuando se autoimpone reglas de comportamiento, reglas que pueden vincular sus acciones en una serie de pasos futuros no predecibles. ¿Es imposible esperar que los prudentes miembros de asambleas legislativas democráticas pudieran actuar de forma similar?. ¿No tendríamos que buscar una reforma institucional genuina dentro de la estructura de la toma democrática de decisiones, más bien que buscar cambios que sustituyan a esta estructura?...... (y en la base de esa aquilatada reflexión está el que).... Hemos de mirar la aplicación y la aceptación de la economía keynesiana en un marco político donde la democracia es una realidad, donde las decisiones son tomadas por políticos profesionales que responden a las exigencias tanto del público como de la propia burocracia. Y es que la competencia partidista corolario de la democracia es un factor más en el fracaso de lo keynesiano. Competencia partidista que tiene como primer objetivo el apoyo del electorado, siendo para esto clave la promesa de programas de gasto; condicionantes de la ulterior política presupuestaria (más gastos y menos impuestos). Deciden unos pocos, pero deciden bajo la presión de la mayoría (electores) y en el contexto de una burocracia crecida.
En los albores de todo esto (en la implemetación de esta filosofía económico-fiscal) todavía el mismo Franklin D.Roosevelt era partidario del equilibrio presupuestario: "Tengamos el valor de frenar el endeudamiento para absorber el continuo déficit...Los ingresos tienen que cubrir los gastos. Cualquier Gobierno, como cualquier familia, puede un año determinado gastar un poco más de lo que gana. Pero Vds. y yo sabemos que una continuación de tal costumbre significa la pobreza". Pero los nuevos corifeos de la nueva religión fiscal entonaban una nueva salmodia: El desequilibrio pasivo no es motivo de alarma; es más, el déficit en sí es un factor de prosperidad, una fuerza correctiva de la inestabilidad. . Esto, unido a que Franklin D.Roosevelt se dió cuenta que era más popular menos impuestos y más deuda allanaron el camino. Como los viejos principios todavía pesaban, ahora se hablaba (frente al equilibrio presupuestario anual clásico) de un equilibrio presupuestario hipotético (en un hipotético nivel de renta nacional).
El espíritu del nuevo tiempo (el zeitgeist hegeliano) fue: a) una erosión generalizada de los costumbres públicas y privadas; b) mayor liberalismo en lo sexual; c) decaimiento de la ética puritana del trabajo; d) deterioro en la calidad de los productos; e) explosión de la Seguridad Social; f) aumento de la corrupción tanto en lo público como en lo privado y g) desentendimiento de la cosa pública por parte del ciudadano. La otrora rectitud fiscal es hogaño tachada de reaccionaria; a partir del "New Deal" rooseveltiano los políticos elegidos democráticamente saben que existe una relación causa-efecto entre: programas de gasto - resultado electoral favorable.
Consecuencias de esto: a) déficit, b) inflación y c) intervencionismo estatal creciente. Entre sí se retroalimentan. A nadie se le oculta que existe una relación directa entre inflación y tamaño del sector público. Esta es la cosecha keynesiana, que a la larga puede resultar letal para las propias democracias. Política keynesiana y democracia política resulta ser una mezcla inestable. Y es que la aplicabilidad de cualquier cuerpo de doctrina se ve condicionada por las instituciones donde reside el poder decisorio. Digamoslo abiertamente, el keynesianismo desde el énfasis en los resultados se da mejor en una sociedad totalitaria; donde un comité de sabios (élite) no está limitado por todo el complejo que supone una sociedad democrática (participativa) con todo su entramado -lo electoral, agradar a los votantes, la participación de los ciudadanos (contribuyentes y también beneficiarios de hipotéticos programas de gasto). Con todo, incluso en una sociedad totalitaria, pudiera ser que los déspotas o el déspota tampoco atendieran los consejos de tal consejero aúlico (como Platón con Dioniosio el tirano de Siracusa).
Historia en cifras del período keynesiano estadounidense (1961 a 1976. Kennedy, Johnson, Nixon, Ford):
- Ni un sólo ejercicio con superávit; es decir, 15 años de déficits ( 230.000 millones de dólares).
- Gasto público: Cifras cercanas al 50% de la renta nacional
- Subida acumulada de la inflación del 90%
Historia en cifras del período 1947-60 (Truman. Eisenhower).
- 7 años de déficits y otros 7 de superávits (incluso en plena guerra de Corea) que practicamente supusieron un equilibrio.
- Con una tasa anual de crecimiento de precios de aproximadamente un 1% anual.
En cuanto a lo referido sobre intervencionismo es ilustrativo como el mismo Schumpeter (nada sospechoso de ser antikeynesiano) señala como una espiral inflacionista de hecho desempeña una papel fundamental para implementar políticas intervencionistas en contra del principio de libre empresa; dándose la paradoja de ser culpadas las empresas de esa espiral, con lo que se acelera la espiral. La inflación es una cosecha de esta nueva política económica; pero entre sus efectos está el de distorsionar el mercado (falta de información, incertidumbre, provocar una mayor dificultad a la hora de planificar intertemporalmente, de formación de los estados contables). Pero sin duda lo peor es el velo institucional: la perversidad de hacer culpables de ella a las empresas y no al propio Gobierno (que es el que cobra "más impuestos en términos reales"). Ya conocemos la receta pública al uso: controles sobre precios y salarios. Sin duda la inflación refuerza alguna de las conductas de estos nuevos tiempos arriba relatadas. Su lema sería: ¡¡¡Disfrute, disfrute el presente, no se preocupe del futuro!!!.
Pero sigamos con la verdadera bestia negra, el déficit. Lo cierto es que el contribuyente caso de pagar de forma directa (a través de impuestos directos) todo el aparato social, seguramente no daría su apoyo al Gobierno de turno. Y entonces cabe preguntarse ¿por qué se consiente por los ciudadanos estos imponentes presupuestos deficitarios?. La respuesta ya se ha apuntado más arriba: la percepción de una ilusión.
Supuesto todo esto. ¿Qué hacer?: Confeccionar un diseño constitucional donde se elabore una regla o conjunto de reglas (sistema) que limiten (conformen) la elaboración del presupuesto. Reglas o reglas sencillas; es decir, entendibles, que se pueda verificar su violación, que expresen valores ciudadanos y que tenga sentido. El mismo principio clásico del equilibrio presupuestario es una regla clara y sencilla. Cabe poner claúsula de escape claras (guerra o crisis grave). La regla pudiera ir acompañada de mecanismos específicos de ajuste (aumentos de tipos impositivos al fallar la recaudación o reducciones de gasto o combianción de ambos).
Por ello los profesores Buchanan y Wagner hacen la siguiente propuesta:

- Presentación anual de un proyecto presupuestario equilibrado por el Gobierno.
- Las proposiones o modificaciones parlamentarias han de conformarse a esta estructura de equilibrio.
- Si se produce un déficit por resultar errónea la previsión de ingresos actuar automáticamente con ajustes como los arriba señalados.
- Caso de superavit aplicarlo a cancelación de deuda pública.
- Suspensión de la regla en casos excepcionales ( declaración de guerra o declaración de emergencia nacional por el Parlamento)
- Obligar al emisor de moneda a que solo pueda incrementarse la masa monetaria a una tasa equivalente a la tasa de crecimiento de la producción real de la economía.

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